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La mano y la planta del hombre penetró y holló por la primera vez las inaccesibles alturas que circunvalan la capital de Venezuela, y así como los valles de Aragua se vieron cubiertos poco antes con el lozano verdor del añil aparecieron simétricamente coronadas de café las cimas y las laderas que habitaban los tigres y las serpientes. Pero ellos estaban ya de mala fe con los españoles y, uniéndose con los chaymas, sus vecinos, juntaron una fuerza de hasta diez mil combatientes, cargando con ella sobre los cuatrocientos españoles de Serpa, que murió con su sargento mayor, Martín de Ayala, en una acción cerca de las orillas del Cari, sin dejar otra memoria que el establecimiento del cabildo de Cumaná y la fundación de la ciudad de Santiago de los Caballeros en una de las bocas del Neverí, destruida poco después de su muerte por los cumanagotos. Le soplaron que el Capitán andaba tras de ella y le madrugó: ¡ Sólo el juez de Orocué les expedía motu proprio boletas de comparendo, equivalente a letras de cambio, pues el oro corría a hablar por ellos, con tan descarada costumbre, que ya las órdenes judiciales se limitaban a decir: «Manden lo de este mes».

Y ese whisky y ese perfume, ofrendas humildes de quien no tiene, fuera de su corazón, más que ofrecer, estaban destinados a corroborar la ferviente adhesión que les profeso a los dueños de casa. Franco era teniente de la guarnición, y estableció su casa lejos del cuartel, a la orilla del río. Quien sabe. Franco no quiere desarraigarse, pero la mujé tá enviajáa. Mulato condenao, ¿qué vas a hacé? Cuando el caballo quedó solo, atrevió las manos contra la cerca, a tiempo que el mulato lo «arropó» con la soga. Puerto Cabello se elevó al rango de una de las primeras plazas y del más respetable puerto de la Costa Firme. No fue sólo el cultivo de este precioso fruto el que contribuyó a desenvolver el germen de la agricultura en el suelo privilegiado de Venezuela; nuevas producciones vinieron a aumentar el capital de su prosperidad agrícola y a elevar su territorio al rango que le asignaba su fertilidad y la benéfica influencia de su clima. A impulsos de tanta beneficencia se ensancharon milagrosamente los oprimidos resortes de su prosperidad y se empezaron a coger los frutos del árbol que sembró, a la verdad, la Compañía, pero que empezaba a marchitarse con su maléfica sombra.

Me detuve ante una araucaria de morados corimbos, parecida al árbol del caucho, y empecé a picarle la corteza, para que escurriera la goma. » y al pie de cada árbol se iba muriendo un hombre, en tanto que yo recogía sus calaveras para exportarlas en lanchones por un río silencioso y oscuro. En tanto que aseguraban las puertas de los reductos liándoles gruesos travesaños, acudieron las mujeres a contemplar por entre los claros del «palo a pique», la yeguada pujante, que se revolvía en círculo, ganosa de atropellar el encierro. Cuando salió Sebastiana, preguntó don Rafael por la situación del hato: ¿Era verdad que todo andaba «manga por hombro»? Venga usted acá, soñador -exclamó don Rafo- a saborear el último brandy de mis alforjas. ¿Y qué piensa usted hacer con su fundación? ¿Y Antonio pretende ir al Vichada? Jamás podría indemnizarlo la empresa del Vichada de tantos disgustos. Menos que esto había menester Fajardo, aunque no perdió un momento en poner por obra la empresa que tenia premeditada. Esto jué tóo. Pero el hombre es avispao y los despachó. Antonio hace lo que le diga el hombre. Suélteme, pa que no malicéen que le confieso. Pero con los asilados de Venezuela que la infestaban como dañina langosta, no se podía vivir.

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