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Antes de iniciar nuestro grandioso y bello estudio acerca del «hom¬bre que se tira a muerto», es necesario que nosotros, humildes mortales, ensalcemos a Marcelo de Courteline, el magnífico y nunca bien pondera¬do autor de Los señores chupatintas, y el que más amplia y jovialmente ha tratado de cerca al gremio nefasto de los «que se tiran a muerto», gre¬mio parásito e imperturbable, que tiene puntos de contacto con el «sque¬nun», gremio de sujetos que tienen caras de otarios y que son más despabilados que linces. Y cumplido ya nuestro deber con el señor de Courteline, entramos de lleno en nuestra simpática apología. Es el caso -y perdone usted el atrevimiento- que nuestro buen amigo el señor Zubieta me debía sumas de consideración, por dinero prestado y por mercancías, y me las pagó con unos toros que se hallan en el corral, y que yo recibí entonces en la expectativa de que usted pudiera necesitarlos. El caso es que en el Botánico lo que más escasean son las parejas amorosas. En definitiva, no sé si porque era lunes, o porque la gente ha encon¬trado otros lugares de distracción, el caso es que el Jardín Botánico ofre¬ce un aspecto de desolación que espanta.

¿No era inteligente, bien educada, sencilla y de origen honesto? Recordate que ni en las ferias se permite tocar la manteca, que la ordenanza municipal en los puestos de los turcos bien claro lo dice: “Se prohibe tocar la carne”, pero que esas ordenanzas en la caza del novio, en el clásico del civil, no rezan, y que muchas veces hay que infringir el digesto municipal para llegar al registro nacional. Para no interrumpir sus meditaciones mantenían el rastrillo completamente inmóvil, de modo que no cabía duda alguna de que esa gente ilustraba sus magníficos espíritus con el letrero escrito en el idioma del latoso Virgilio. Y vi numerosa gente entregada a la santa paz de lo verde. Sobre todo para la gente que nada tenía que hacer. Luego, aferrándose a mis cuadriles, alzó sus piernas sobre las mías para que los perros no lo mordieran, simulando vergüenza de verse desnudo.

No fue nada eso, sino lo que hizo una vez desvestido. Confiesa querido amigo que has estado demasiado ligero en tus locos juicios, hijos de tu misma ecsaltacion y vamos al teatro, que allí tal vez las encontraremos; pues aquí hay mas del frio necesario, camisetas futbol baratas para convertir nuestros pobres cuerpos en dos pirámides de sal. Bien quisiera Guaymaquare apartarlo de un proyecto en que él solo conocía las dificultades; pero la confianza de Fajardo triunfó de las reconvenciones del cacique y emprendió su marcha sin dificultad hasta Valencia, desde donde habiendo solicitado y obtenido permiso del gobernador Pablo Collado para entender en la conquista de los caracas, y reunidos treinta hombres a los once compañeros de su temeridad continuó su derrota para los valles de Aragua, más bien como amigo que como conquistador. ¿Par qué la gente bien vestida no se dedica, con tanto frenesí, a un estudio semejante, saludable para el cuerpo y para el espíritu? Naturalmente, a la gente le da grima esta vagancia semiorganizada; pero para los que conocen el misterio de las actitudes humanas, esto no asombra.

Porque esto es indiscutible: el estudio de la botánica engorda. Si esto es ahora, ¿qué no será después? El portero -los porteros están bien saciados-, los subjardineros ya han adquirido ese aspecto de satisfacción íntima que producen las canonjías municipa¬les, y hasta los gatos que viven en las alturas de los pinos impresionan favorablemente por su inesperado grosor y lustroso pelaje. No he visto a un bebedor de sol que no tenga la piel lustrosa, y un cuerpazo bien nutrido y mejor descansado. Gente de principios higiénicas y naturistas, camisetas futbol 2024 ya que se resignan ate¬ner los botines rotos antes que perder su bañito de sol. La gente que frecuenta el Jardín Botánico está gorda por la influencia del latín. Examinando la gente que pulula por el Jardín Botánico, uno termi¬na por plantearse este problema: ¿Por qué las ciencias naturales poseen tanta aceptación entre sujetos que tienen catadura de vagos? Porque, no dejarán de reconocer ustedes, que una ciencia tan infusa como la botánica debe tener virtudes esenciales para engordar a sujetos que calzan botines rotos. No me extrañó de que en¬gordaran. Todos tranquilitos, imperturbables, adormecidos, soleándose co¬mo lagartos o cocodrilos y encantados de la vida, a pesar de que sus aspectos no denuncian millones ni mucho menos.

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